Ya hace buen tiempo, más horas de luz, a punto estamos de las vacaciones, una ecuación perfecta para que los parques con columpios estén a rebosar de gente menuda dispuesta a saltar, correr, comerse la arena, tirarse por los toboganes a ser posible de cabeza que es más divertido...
A más niños y niñas, más papás y mamás, esta ecuación da lugar a más
conflictos.
Una de las frases más oídas estos días es "hay que compartir",
mientras arrancas de las manos de tu propia progenie, lo que tenga, para dárselo
a la progenie ajena, sin más explicaciones, ante esto, lo más seguro que ocurra
es que nuestra propia descendencia rompa a llorar y acabemos con la amenaza,
"como sigas así nos subimos".
Mientras veo esto pienso, ¿qué pasaría si tu vecino viene a tu casa a llevarse
un rato tu televisión, porque se le ha estropeado la tele y no puede ver el
enésimo partido de fútbol de la semana?, alegando eso sí, "QUE HAY QUE
COMPARTIR y como te pongas a llorar te vas a tu habitación a pensar"...
Mucha gracia no nos haría, ¿verdad?...
Decir a un niño "hay que compartir" sin más explicaciones, es lo
mismo que decirle "hay que diversificar el coste de oportunidad
lúdico", una abstracción que no entiende...
Foto de Bruce Kingsbury
¿Qué hacer entonces
Para empezar, no obligarles. No es una habilidad o
característica innata, como ejemplo, un experimento sociológico con niños de
entre 3 y 8 años, de la Universidad de Zurich (Suiza) y del Instituto
Max-Planck para Antropología Evolutiva de Alemania llegaron a la conclusión que los pequeños comienzan a compartir de forma altruista a los 7 años. (Artículo publicado en la revista Nature ). A esta edad, los niños también empiezan a considerar al otro con buena voluntad y tratan a sus amigos como los adultos.
Respetar sus cosas, y cuando quiera las de otro niño
preguntarle cómo se siente si no se lo dejan los juguetes otros niños, por
ejemplo. No significa que a la primera lo entiendan, hará falta paciencia y
repetir varias veces.
Intentar que juegue con niños, organizar grupos de juego con
otros niños ayuda, los conflictos surgirán, tenderemos que intentar mantenernos
un poco al margen y vayan poniendo en marcha sus propias estrategias de
resolución de conflictos. Mordiscos y peleas suelen ser las primeras que salen,
ahí es conveniente mediar un poco, y si no hay acuerdo, ese juguete o material
se guarda.
Servir de modelo. Si nos ven a los adultos compartiendo, es
más fácil que introduzcan esa conducta entre las suyas.
En ningún caso es positivo comparar con otros niños,
ridiculizar u obligar a compartir. La necesidad de pertenencia también es
buena. Quizás el que tenga que aprender que las cosas no se quitan sea el otro
niño.
Foto de Julio Quilez
Os dejo un cuento precioso de Pedro Pablo Sacristán para aprender a compartir.
Había una vez un pequeño príncipe acostumbrado a tener cuanto quería. Tan caprichoso era que no permitía que nadie tuviera un juguete si no lo tenía él primero. Así que cualquier niño que quisiera un juguete nuevo en aquel país, tenía que comprarlo dos veces, para poder entregarle uno al príncipe.
Cierto día llegó a aquel país un misterioso juguetero, capaz de inventar los más maravillosos juguetes. Tanto le gustaron al príncipe sus creaciones, que le invitó a pasar todo un año en el castillo, prometiéndole grandes riquezas a su marcha, si a cambio creaba un juguete nuevo para él cada día. El juguetero sólo puso una condición:
Mis juguetes son especiales, y necesitan que su dueño juegue con ellos - dijo - ¿Podrás dedicar un ratito al día a cada uno?
¡Claro que sí! - respondió impaciente el pequeño príncipe- Lo haré encantado.
Y desde aquel momento el príncipe recibió todas las mañanas un nuevo juguete. Cada día parecía que no podría haber un juguete mejor, y cada día el juguetero entregaba uno que superaba todos los anteriores. El príncipe parecía feliz.
Mis juguetes son especiales, y necesitan que su dueño juegue con ellos - dijo - ¿Podrás dedicar un ratito al día a cada uno?
¡Claro que sí! - respondió impaciente el pequeño príncipe- Lo haré encantado.
Y desde aquel momento el príncipe recibió todas las mañanas un nuevo juguete. Cada día parecía que no podría haber un juguete mejor, y cada día el juguetero entregaba uno que superaba todos los anteriores. El príncipe parecía feliz.
Pero la colección de juguetes iba creciendo, y al cabo de unas semanas, eran demasiados como para poder jugar con todos ellos cada día. Así que un día el príncipe apartó algunos juguetes, pensando que el juguetero no se daría cuenta. Sin embargo, cuando al llegar la noche el niño se disponía a acostarse, los juguetes apartados formaron una fila frente él y uno a uno exigieron su ratito diario de juego. Hasta bien pasada la medianoche, atendidos todos sus juguetes, no pudo el pequeño príncipe irse a dormir.
Al día siguiente, cansado por el esfuerzo, el príncipe durmió hasta muy tarde, pero en las pocas horas que le quedaban al día tuvo que descubrir un nuevo juguete y jugar un ratito con todos los demás. Nuevamente acabó tardísimo, y tan cansado que apenas podía dejar de bostezar.
Al día siguiente, cansado por el esfuerzo, el príncipe durmió hasta muy tarde, pero en las pocas horas que le quedaban al día tuvo que descubrir un nuevo juguete y jugar un ratito con todos los demás. Nuevamente acabó tardísimo, y tan cansado que apenas podía dejar de bostezar.
Desde entonces cada día era aún un poquito peor que el anterior. El mismo tiempo, pero un juguete más. Agotado y adormilado, el príncipe apenas podía disfrutar del juego. Y además, los juguetes estaban cada vez más enfadados y furiosos, pues el ratito que dedicaba a cada uno empezaba a ser ridículo.
En unas semanas ya no tenía tiempo más que para ir de juguete en juguete, comiendo mientras jugaba, hablando mientras jugaba, bañándose mientras jugaba, durmiendo mientras jugaba, cambiando constantemente de juego y juguete, como en una horrible pesadilla. Hasta que desde su ventana pudo ver un par de niños que pasaban el tiempo junto al palacio, entretenidos con una piedra.
En unas semanas ya no tenía tiempo más que para ir de juguete en juguete, comiendo mientras jugaba, hablando mientras jugaba, bañándose mientras jugaba, durmiendo mientras jugaba, cambiando constantemente de juego y juguete, como en una horrible pesadilla. Hasta que desde su ventana pudo ver un par de niños que pasaban el tiempo junto al palacio, entretenidos con una piedra.
Hummm, ¡tengo una idea! - se dijo, y los mandó llamar. Estos se presentaron resignados, preguntándose si les obligaría a entregar su piedra, como tantas veces les había tocado hacer con sus otros juguetes.
Pero no quería la piedra. Sorprendentemente, el príncipe sólo quería que jugaran con él y compartieran sus juguetes. Y al terminar, además, les dejó llevarse aquellos que más les habían gustado.
Aquella idea funcionó. El príncipe pudo divertirse de nuevo teniendo menos juguetes de los que ocuparse y, lo que era aún mejor, nuevos amigos con los que divertirse. Así que desde entonces hizo lo mismo cada día, invitando a más niños al palacio y repartiendo con ellos sus juguetes
Y para cuando el juguetero tuvo que marchar, sus maravillosos 365 juguetes estaban repartidos por todas partes, y el palacio se había convertido en el mayor salón de juegos del reino.
(Cuento visto en http://cuentosparadormir.com/ )
Un saludo y buen día.