“Ser
capaz de prestarse atención a uno mismo es requisito previo para tener la
capacidad de prestar atención a los demás; sentirse a gusto con uno mismo es la
condición necesaria para relacionarse con otros” (Ética y Psicoanálisis. Erich
Fromm).
Ejerzo una profesión fascinante y
bella. Acompañar a alguien que se encuentra mal, a sentirse mejor es
tremendamente gratificante, tanto que en nuestro deseo de ayudar a sanar a los
demás podemos olvidarnos de nosotros mismos, no hay que dejar de lado que más
allá de profesionales también somos personas; personas en constante contacto
con el malestar y el dolor ajeno, cuando no con sus traumas.
No somos inmunes a este dolor. Igual
que no lo somos al virus de la gripe, podemos intentar no contagiarnos tomando
ciertas medidas de protección; o actuar aliviando, si ya ha habido un contagio,
en el que hemos hecho propio parte del dolor o malestar ajeno. Desafortunadamente,
creo que la diferencia con la gripe reside en que en nuestro caso no disponemos
de una vacuna que nos inmunice. Ante esto me pregunto: ¿Podemos centrarnos, de
tal modo, en la angustia de las personas a las que atendemos pasando por alto
nuestro creciente malestar? ¿Es sano para nosotros no tenernos en cuenta, no
protegernos?
El desgaste físico y emocional supone
un proceso continuo, no son esporádicos. Habitualmente, no valoramos bien los
riesgos de nuestra profesión, o
cualquiera enfocada a la ayuda, porque cualquiera de nosotros puede verse
afectado laboralmente siendo vulnerables al impacto de los traumas de nuestros
clientes. Esto nos puede llevar a la fatiga por compasión, el trauma vicario,
el agotamiento físico y mental, si no somos conscientes del estado de nuestro
cuerpo y nuestra mente, resintiéndonos nosotros y nuestro entorno. Puede llevar
incluso a plantearnos el abandono de la profesión o del campo de trabajo.
El acto de cuidar del otro implica
ante todo, la necesidad de conocerse y saber protegerse, así como el saber
canalizar nuestra entrega durante el proceso de cuidado. El cuidador profesional
en teoría se hace desde la elección, y supuestamente, desde el soporte y la
formación adecuados. Sin embargo, a veces nos negamos las cautelas necesarias.
Casi siempre, por diferentes motivos, que no voy a entrar a valorar ahora. Contar
con la red de apoyo adecuada, o la supervisión externa de situaciones y/o casos
difíciles, son ejemplos de autoprotección y desahogo de nuestra necesidad de
cuidarnos.
Es responsabilidad del cuidador
profesional tener la preparación y formación adecuados, también debe velar por
su equilibrio emocional y por la salud física y mental. No basta con saber, hay
que poner los medios para el propio bienestar. Sin correr el riesgo de
perjudicar a las mismas personas a las que pretendemos ayudar. Creernos
invulnerables es lo que nos transforma en “sujetos de alto riesgo”.
¿Alguna vez hemos analizado si nuestro
malestar parte de nuestro quehacer profesional?
Manejar una serie de principios y
conceptos teóricos básicos como la empatía somática, o como responde el Sistema
Nervioso Autónomo ante el trauma, así como descubrir destrezas destinadas a
maximizar el autocuidado del terapeuta en relación a su trabajo, nos ayudaran a
no perdernos a nosotros mismos y no fusionarnos con las personas a las que
pretendemos ayudar.
A cada uno de nosotros nos corresponde
encontrar nuestra propia combinación de estrategias para hacernos cargo del
manejo de los riesgos que podrían derivar en la fatiga por compasión, el trauma
vicario o el síndrome de burnout, para seguir ayudando adecuadamente.
Algunas estrategias y recursos van,
desde reconocer nuestro auto diálogo durante las sesiones (cómo procesamos la
información dada por la persona a apoyar), conocer que tipo de imágenes creamos
de los relatos, ejercicios corporales para controlar el reflejo somático, revisar
la activación durante las sesiones, crear un espacio de trabajo protector, o
incluso rituales de limpieza. Sin olvidar las supervisiones clínicas y sanar
nuestra propia experiencia personal.
Se elijan las que se elijan, siempre
tener presente la necesidad de auto cuidarse y auto protegerse. El mejor
indicador para evaluar si estamos sufriendo los efectos de nuestro trabajo
somos nosotros mismos, nos conviene conocernos tan bien como podamos. Tener el
control de nuestros talentos y también de nuestras limitaciones.
Para finalizar unas preguntas para la
reflexión… ¿sientes la necesidad de cambiar de trabajo, ya no te motiva, o te
afecta personalmente? ¿Hay pacientes/clientes/usuarios con los que te sientes
especialmente incómodo?.¿Has dejado de tener interés por las cosas que antes
te atraían de tu trabajo? ¿Te cuesta mantener la atención durante las
sesiones?.... Si has contestado afirmativamente a alguna de estas preguntas,
puede que necesites revisar tu nivel de autocuidado y autoprotección, y solicitar ayuda y supervisión.
Un saludo y a cuidarse.